Si algo me gusta de bailar y ser artista es los muchos personajes que puedo ser. Me gusta involucrarme con cada uno, estudiarlos desde afuera, cómo deben verse y cómo quiero que se vean, para luego escudriñarlos desde adentro y plantearme imágenes, sensaciones y emociones que me lleven a aquello.
Una de los argumentos que utilizan los bailarines de danza contemporánea respecto al ballet, es que no tenemos libertad para expresarnos, y quizá tengan una cuota de razón. El ballet clásico tiene y mantiene patrones, pasos y esquemas que pareciera no permitir expresarse. Pero, a lo largo del tiempo que tengo bailando (y sigo enamorada del clásico a pesar de los múltiples dolores corporales y el cotidiano pleito de la técnica en mi) he descubierto que me puedo expresar plenamente dentro de la danza que debo ejecutar. (¿estará bien dicho todo esto?)
He sido hechicera y –según me dijeron- fui capaz de “meter miedo”; he interpretado a una niña de doce años y a mis 28 me calcularon 15; dancé la Aurora, variación del ballet Coppelia, y me visualicé con rayos en los brazos y en las piernas como el sol iluminando la Sala entera.
No puedo simplemente seguir una coreografía, inevitablemente adiciono una dosis importante de sensaciones que me permitan bailar. A veces afecta emocionalmente la vida después del teatro, pero sí, se aprende a controlar.
Tenía tiempo que no me acercaba a dejar letras por acá, “con todo lo mucho” que he podido contar, pero una razón en los ensayos acercó mis dedos de nuevo a escribir siluetas: Punto de Quiebre.
En el año 2002, Luz Urdaneta realizó para el Ballet Nacional de Caracas un ballet llamado Zona Desconocida, por encargo de Vicente Nebrada. Se estrenó poco antes que Vicente muriera y no se ha vuelto a mostrar hasta hoy.
Hace unas semanas, Luz volvió a la compañía para retomar aquel ballet y con el nombre de Punto de Quiebre remontó una parte del ballet en la cual doce mujeres bailan la música de Arvo Part (originalmente eran nueve)
En 4 semanas, los ensayos han sido arduos. Doce minutos seguidos de coreografía son muchos acentos, un montón de cuentas y unos cuantos cánones, pero una sola energía que se enreda entre todas nosotras para sacar de ese grupo de mujeres danzantes la intensidad que la coreografía y la música transmiten.
Las sensaciones caen a chorros: desde la incertidumbre, paseando por la interiorización, acercándose a la rendición y a la entrega del ser, donde el punto de quiebre del espíritu le da paso a la enajenación, la posesión de un alma que no pertenece, la resignación, la búsqueda de una salida en un plano superior…hasta querer escapar, huir, rendirse, quebrarse…
Me tildan de intensa –y no lo discuto- pero todas esas emociones confluyen en un ensayo y me dejan un tanto absorta en un mundo que parece –aun- no pertenecerme.
Si así lo disfruto sin la energía del escenario, casi no puedo esperar a involucrarme con esa otra dimensión, pero sobre la tabla.
Mérito aparte, compartir con Luz su arte, su visión de danza, su espíritu creador. Eso es un lujo.
Ilustro con esto una entrada que recién descubrí, de quien formó parte de la producción original del 2002.
paz.-