11 febrero, 2011

En Paria y en paz

Hace unos meses, creo que en septiembre, tuve un imperioso y claro deseo: “quiero playa y que esté bien lejos”. Se mezclaron las dificultades vía Cadivi con mis ganas perennes de conocer más rincones de mi país, investigué y la conclusión no pudo ser más acertada: Península de Paria.
Conozco poco el oriente, así que fue perfecto y con una genial compañera de viajes me fui.

Naturaleza: Las montañas que caen al mar, la selva húmeda, las aguas más cercanas al océano, el encanto de la playa con la frescura de tanta vegetación junta, y por sobre todo: Cacao.
Lugares: estado Sucre, sembradíos de cacao y sus siempre protectores bucares, aguas muy calientes de forma natural, San Juan de las Galdonas y su misterioso encanto, la montaña y allí mismo el mar, y al final, donde parece no llegar más nada entre frío de selva y calor de arena, playa Pui Puy.
Gente: los pescadores y el pescado fresco respectivo (aunque ahora las nuevas generaciones prefieren criar pollos porque les es más fácil); los que secan el cacao en las aceras, en el asfalto de todas las carreteras; los de las historias en los camiones -único medio de transporte entre poblados- con sus frases dignas de sabiduría popular -verdades absolutas-; los que te indican el camino a cualquier lugar aunque por la velocidad en su modo de hablar no se entienda mucho; los que conocen a todos y te dicen “dígale a fulanito que pasó por aquí, yo lo conozco”; la señora de las empanadas; la que no iba al “comemuslo”, porque eso se lo deja a la juventud; los que dan la cola porque van al mismo sitio -“yo la llevo”-; los que aconsejan tener cuidado en todas partes; el que da sin recibir; los chicos que tenían tres semanas sin querer volver, el argentino que tenía más de un mes, y Agustina…

En Pui Puy, decidió ella vivir y además recibir a todos los que con su mochila y carpa deseen acampar. Su bienvenida, sin ser muy cálida ofrece la confianza, la tranquilidad y la seguridad de que no existe mejor lugar en el mundo. La energía que emana su casa, su jardín y sus alrededores, con fogón y montaña respectivos, reúne justamente la energía que Pui Puy, con toda su virginidad, transmite.
No hay austeridad, pero sí todo lo contrario de opulencia. No hay ruido, no hay discordancia, hay armonía, fluidez, generosidad, reciprocidad, paz.
Compartir en su casa, con ella y todos los que coincidimos aquellos días buscando esa paz, fue una experiencia que aun no se me sale de la mente y la evoco a ratos consciente, otras sin querer. Y me cuestiono la cantidad de problemas y necesidades que uno se genera innecesariamente, todos casi siempre irreales o con poca sustancia. Agustina vive allí, con lo que consigue en los conucos de los vecinos, con lo que nosotros los que la visitamos le queremos dar. Ella y su hija, una criatura de un metro de estatura, rulos dorados y ojos inmensos.
Agustina es mi ejemplo de la certidumbre de que estás donde debes estar y si no te sientes bien, entonces como a la tierra, hay que moverse hacia donde simplemente te sientas bien contigo y el Universo. Siempre volveré a ver a Agustina, sé que lo haré y en la próxima oportunidad le llevaré lo que no necesita pero que seguramente lo agradecerá con un abrazo y yerba, que –con fortuna- nunca le falta.


paz.-