21 enero, 2011

Diecinueve días

Si Aymara, con su irrefutable don de pitonisa me hubiera advertido lo que sucedería, quizá la historia hubiera sido distinta. Nunca he dudado de su poder con el tarot de ver y predecir lo que -seguramente- todos los mortales quisiéramos, y sin embargo le hubiera rebatido por sobre todas las cosas que todo lo que sucedió, en efecto ocurriría.
A Bruno lo conocí una tarde.
Caminaba hacia el teatro cuando me conseguí a Renata, una amiga que poco frecuento, pero los minutos siempre son suficientes para reencontrarnos y hablar lo justo, a fin de saber si estamos bien o mal, para disfrutarlo o reconfortarnos.
Bruno la acompañaba.
Su carisma llamó mi atención, pero más nada. Simpático y apacible, nunca se sintió fuera de lugar en una conversación de mujeres con un par de meses sin verse. Los invité a ambos a la función, y fue Bruno quien la animó a ella y finalmente aceptó.
La propuesta no era muy buena, pero nos sirvió a los tres para relajarnos, reírnos y tener una excusa para terminar la velada con una copa de vino cada uno.
Una se convirtió en tres, y así nos pusimos al tanto Renata y yo.
A la vez que nos conocimos, Bruno y yo.
No coincidíamos en actividad o en modo de vida, pero sí mucho en modo de pensar y de ser. Pero esto no lo supe sino meses después, incluso después de conversar con Aymara.
(Y ella dice que no vio nada, ¿o no me lo quiso decir?)
Una noche, ya no recuerdo por qué ni cómo, supe que bailaba.
Debió ser algo con las feromonas, que le dicen, pero en aquellos instantes de pasos y danzas sentí en su olor la certeza y seguridad de su filosofía, vi en sus ojos su manera de amar y palpé en sus manos la técnica de su pincel.
No hicieron falta palabras, solo labios, lengua y saliva.
No hicieron falta más bailes, sino caderas, piernas y tobillos.
Ritmo, agua, cadencia, ganas, humo, deseo. Ninguno necesitaba más nada.
No hubo “te quieros” sufridos, ni “quédates” sin esperanzas. Hubo varios “por qués” sin respuestas, y “qué hubiera sidos”.
Pero creíamos haberlo dejado claro, o quizá hubo miedo en dejarlo claro.
(Aymara me decía -aun me lo dice- que el miedo es lo que paraliza. No se lo discuto.)
Se que ninguno lo predijo ni lo comentó, sin embargo, ambos lo vivimos como si el amor pudiera ser capaz de nacer, crecer y morir en tan sólo diecinueve días. ¡Qué casualidad, como lo dice Sabina!
(¿Acaso Aymara me advertirá acerca de las próximas quinientas noches?)

A Bruno a veces lo vuelvo a ver, camino al teatro y en los reflejos de la luna sobre el mar.