10 noviembre, 2012

Una danza "para vivir"

A estas alturas de mi vida profesional, aun no se cuál de las dos situaciones es la que me sucede realmente: si  me conecto acertadamente con cada rol que danzo, o si el “Universo conspira” para que yo me conecte más.

Desde que el momento que el maestro me dijo que bailaría “Para vivir” de Pablo Milanés, supe que debía dosificarme, para lograrlo sin desmoronarme, como lo hace la letra de la canción.

La lejanía, la aceptación del fracaso, la leve esperanza que se esfuma, el adiós definitivo.

Foto: Emilio Méndez
El momento fue oportuno y quizá debía ser así, porque cada vez estoy más convencida que lo que no se aprende en la vida, es difícil mostrarlo en escenario, o al menos puede resultar hipócrita.

Aunque de eso se trata ser artista, de crear personajes de la nada, interpretarlos y hacer creer. Sin embargo, considero más real sufrirlo y gozarlo como se haría en la vida misma. Con la sensación en la sangre y el sentimiento verdadero. Claro, que luego debes manejarlo, concentrarlo y medirlo -como también se aprende- sino se termina viviendo lo mismo una y otra vez en cada ensayo, y terminas sufriendo continuamente.

Sacar los sentimientos vividos del corazón, mirarlos desde afuera, usarlos como herramienta y danzarlos. Eso sucedió con “Para vivir”, un pas de deux para sentir y drenar lo que definitivamente no sé decir con palabras.

Incluso ahora, tratando de describirlo, no lo logro.



 
Foto: Orlando Corona

04 septiembre, 2012

"Siempre somos bailarinas"

Estábamos sentadas viendo una función de danza contemporánea y ella me dijo esto: “siempre somos bailarinas”. Esa vez estaba sentada en las butacas como espectadora, como el resto del público a mi lado, no bailando. Y me quedé pensando en esa afirmación.

Cierto es que se me hace difícil disfrutar una función de ballet o cualquier tipo de danza como lo haría cualquier persona que no baila. No puedo dejar de pensar en los pies, en las líneas, en la coordinación del cuerpo, y de éste con la música. Particularmente le presto mucha más atención a la fluidez del movimiento, quizá porque es algo que siempre estoy buscando en mi misma. Pero definitivamente, eso de “relajarme” para ver danza sobre las tablas, no lo logro. Precisamente, porque soy bailarina.

Pero más allá del modo de apreciar otros bailarines danzando, se trata del modo de decir, pensar y actuar, en fin del modo de ser. En cada bailarín o bailarina es distinto, pero hay una esencia que desborda nuestra cotidianidad, quizá por la disciplina que nos obliga felizmente a llevar el cuerpo al máximo; o el sentir los rayos de sol, una mirada, una palabra oportuna con la misma sensibilidad de nuestra piel hacia la música. No puedo evitar el sentido de la estética, la búsqueda de una determinada belleza, y ni hablar de la perfección y los detalles. ¡Y cuánta frustración existe en el fracaso! Si falla un proyecto o una relación, como si erraras en el mismo escenario.
Foto: ballerinaproject.com

Creo que bailo todo el tiempo, creo que cada momento vivido, sufrido, llorado, celebrado y compartido, es material útil para el arte que quiero transmitir, desde el ensayo, hasta los aplausos en el teatro.

Sí, siempre somos bailarinas, en el mercado escogiendo los tomates, caminando en el metro, incluso extrañando en las distancias y en la impaciencia del tiempo por transcurrir –porque nuestra carrera, que es corta, como que nos hace menos pacientes.

Siempre somos bailarinas, y he descubierto cuánto encanta, cuán desconocido es  y cuánto temor genera. Admiración, desconocimiento y temor.

Pero no lo puedo evitar, decidí serlo cuando todavía no sabía comer pescado con espinas; y aunque decida retirarme, estoy segura que lo seguiré siendo, porque vino conmigo en el paquete. 
Y la verdad, no me conozco de otra forma.

31 mayo, 2012

¡Que Viva Vicente, siempre!

Cerca de 45 minutos tardó el telón en abrir, “por causas ajenas a nuestra voluntad”. El público aplaudía ansioso y expectante, nosotros aplaudíamos con ellos: queríamos bailar.

Más que querer, era una deseo. Un deseo que viene desde lo más profundo del alma. Un anhelo que emocionaba desde que empezó esta temporada en febrero.
45 minutos más, fueron interminables.
Nos conectamos en un gran abrazo, reímos, bromeamos, y con toda la vorágine de energía que había en ese momento, le dedicamos la función a él, a Vicente.

Cuando por fin abrió el telón, todos lo sentimos y creo que realmente lo proyectamos de inmediato, porque antes que sonara la primera nota de Benjamin Britten ya se sintieron aplausos.

Definir la emoción con palabras es complicado, pero recuerdo –y seguro esto lo mantendré por siempre en mi mente- que mientras me movía me sentía plena, con la seguridad de que “bailar Nebrada” es una meta esperada, lograda y que en ese momento concientemente vivía y disfrutaba.

foto: Kenz Vivas
Doble Corchea, en su sencillo blanco y negro despliega un torbellino de color con sólo música y movimiento, y es absolutamente necesaria la conexión del grupo completo para lograr la idea que Vicente tuvo en su mente, y alcanzar el efecto que genera. Desde que abrió el telón, debimos proyectar la misma emoción y entusiasmo, como varios pensamientos conectados en la misma frecuencia.

En La Luna y los hijos que tenía, la música de los tambores nos unen desde antes, incluso detrás de las patas -fuera del escenario- bailando y cantándole a nuestros compañeros que en ese momento están sobre la escena. “Arriba”, “vamos negro”, “échele agua”, son de las frases que usamos atrás donde el público no nos ve. Al final nos juntamos para finalizar, con el éxtasis de los tambores, el ballet que creó un genio que supo brillantemente sacarle el jugo a nuestro joropo y tambores, a través del ballet.

Recuerdo que justo antes de Una danza para ti, me sentía muy nerviosa al ser yo la primera en salir y dar la pauta para que el pianista inicie la música. Abrió de nuevo el telón, se encendieron las luces y cuando salí a interpretar mi solo sentí una carga de energía increíble que estaba latente sobre el escenario, esperando a ser recibida y utilizada. Salí y al volver a entrar a la tabla, la volví a sentir de inmediato.

Quizá la magia sea así, quizá así hubiera querido Vicente que nos conectáramos, con esa energía que probablemente él mismo haya dejado sobre el escenario para nosotros.

Bailé Nebrada, y fui feliz. Los genios existen, uno de ellos es este brillante coreógrafo venezolano. ¡Viva Vicente, siempre!


27 marzo, 2012

Esta vez, la locura

Invitaste a la locura sin permiso, mas bien la llamaste.
Entonces la escuché en esas notas ya conocidas.
Charlamos y coqueteó.
Pícara locura.
Observó la humedad de mis ojos, el reflejo de mi cabello, los pliegues de mi piel.
Sentí su aliento en mis poros mientras cuestionaba su presencia.
Yo suspiraba.
Bendita locura.
Hurgando entre el cuello y mi espalda la dejé conquistar mi mente, donde poderosa -siempre- se instala a favor.
De nuevo ella danzando.
Queriendo ser y estar, entrar y salir.
Y yo sonreía, le agradecía y le pedía que no se alejara.
Necesaria locura.
Entre la danza y la luz, la locura.
La que reina en las pasiones, la que arriesga sin temor, la que estampa distinción.
Tu locura.
Mi locura.
Que sea siempre ella la que ensamble estos mundos andados.
¿y por qué no?

15 marzo, 2012

¡Que se escuche la danza!

Si algo más me gusta de lo que yo hago, es lo que hacen mis colegas.
Ver el trabajo de quienes también danzan, no porque eso les pague las cuentas -que no es mucho- sino porque simplemente es lo que aman hacer y por eso viven.

Crear, interpretar, danzar.
En poquísimas palabras, de eso se trata esta profesión, muchas veces ingrata, pero todo el tiempo gratificante.
El problema es que pocas veces se da a conocer el trabajo real que va detrás de todos los procesos de montaje y creación que convergen en una función que entre luces, tablas y música, espera aplausos.

Escribo porque me nace, y porque a ratos se me antoja decirle al mundo que los que hablamos a través del cuerpo, también tenemos una voz capaz de expresar en palabras nuestra labor. Una voz potente, una voz -lamentablemente- con un leve alcance.

Por eso, y porque creo en que nada es por casualidad, vinieron a mi dos personas extraordinarias con similares inquietudes, con cuerpos benditos en movimiento, ojos vivaces y atentos, y un poder de palabra que genera atención, discusión y convencimiento.

Además, son mujeres.
Como para convencerme cada día más, lo maravilloso que es compartir con mi género.

Entre inquietudes, quejas y sobre todo amor por la danza, nació Danzavoces.

Un espacio que apenas empieza, con temor y muchas dudas, pero con unas ganas inmensas de "darle voz a la danza". De apoyar nuestro trabajo y el de tantos bailarines que desean no sólo hacer, sino ser y crecer.

Yo empecé en esto, porque a los cuatro años mi mamá me metió en ballet, como a muchas otras niñitas -porque siempre estaba bailando en mi casa, incluso en la misa- y cuánto se lo agradezco. El camino que sigo bailando simplemente me apasiona y me hace ser lo que soy.
Ahora con Danzavoces deseo que la danza se mantenga presente y  cumpla la misión para lo que fue hecha por la misma naturaleza: nutrir el espíritu.

Sígannos en @danzavoces y www.danzavoces.com

¡Queremos que se escuche la danza!

p.d.: Por ahora, la página web principal no está pública, mientras tanto manejamos este perfil en tumblr. Con seguridad les haré saber cuando Danzavoces.com esté lista.


26 febrero, 2012

Danzando el Bolero

"Si pudiera decirte lo que se siente, no valdría la pena bailarlo"
Isadora Duncan


Apenas escuché las primeras notas del sutil vibrar de la caja orquestal, se me erizó la piel. Como era la costumbre cuando sonaba esa melodía.
- como si sabía lo que vendría -
Qué te recuerda esta música, preguntó. Mi mente voló de inmediato al momento cuando sentí una increíble excitación al ver danzar en la Opera Garnier unos 30 hombres alrededor de José Martínez, todos en compases y movimientos absolutamente sensuales, gracias a Béjart.
Báilalo. Y traté de imitar aquellos movimientos, pero al momento cuando entra el clarinete por segunda vez, entendí que en esa imitación, no era yo misma.
Lo que fuese que generaba en mi, a él le interesaba, decía que se notaba y a medida que escuchaba de nuevo el fagot y el oboe d’amore yo sentía cada vez más la hendidura de las tantas capas que se generan en la vida para ocupar silencios, tolerar vacíos, apartar dudas y seguir viviendo.
Sus cuestionamientos iban acordes con el in crescendo de la música, al igual que yo penetraba en mi misma. Él me preguntaba los por qués y los para qués… ¿o era yo quien los hacía?
Entre oboes, cornos y trombones, descubrí cuan desnuda estaba y no podía hacer más nada que bailar.
Bailé en mis tobillos, en mis caderas, en mi espalda, en mi cabello.
Bailé y le demostré su cobardía.
Bailé y le aseguré que nadie podría bailarle así.
Bailé en mi rabia, en mi placer, en mi orgullo.
Bailé en mi.
Su ojo envidriado seguía escudriñando sin vacilación y cuando todos los instrumentos se impusieron, sentí mi cansancio.
Pero continué creyendo que ya no había más capas; entonces surgía otra nueva.
Lo miré directamente a los ojos y decidí atar en mi cabello y en mi piel, la propiedad de mi, mi valor, mi temple.
Movimiento, luz, danza, incitación…
Después del apoteósico finale, el silencio.
Alcancé a escucharlo decir “la fotografía es un exorcismo”.
En ese momento, agotada, entendí cuán fácil es desnudar el cuerpo.

26 enero, 2012

"Quiero hacer ballet"

Uno de estos días, Karlamil, mi amiga y colega, escribió esto en su perfil de facebook:

“Quiero hacer ballet, se me va a olvidar”.

Acto seguido, una extensa y ruidosa carcajada.

Mi maestra en la escuela de ballet, siempre decía: “Falta a la clase de ballet el primer día y lo notas tú, al segundo día lo nota el maestro, al tercer día lo nota el público”.
Sinceramente, ella tiene toda la razón, pero luego de terminar  una temporada larguísima sin descanso, ansías las vacaciones con premura.
Entonces, dos semanas de vacaciones navideñas son gratificantes, pero cuando sigue la tercera el cuerpo empieza a –literalmente- doler. Y ni contar la cuarta.
Lo más increíble es que pueden suceder pausas, ya sea por vacaciones o lesiones, de un mes, o dos, o hasta cuatro como me pasó a mi, inclusive de años, y luego al intentar siquiera hacer un tendú, él ahí mismo esta deslizándose perfectamente desde la quinta hacia la extensión de los metatarsos; el plié correctamente alineado cadera-rodilla-dedos; y el arabesque aunque puede molestar un poco por la pérdida de fuerza, bien conoce su camino hacia los noventa grados, incluso más.
Allí, sin haber perdido ni la noción ni el nombre, están cada uno de los pasos, cada movimiento, cada posición.
Luego de pasar desde mis cuatro años de edad haciendo los mismos pasos, yo pensaba –luego de lo que escribió Karlamil- que debe ser imposible que se me olvide hacer ballet. Quizá sienta lo distinto que es mi cuerpo ahora comparado a cuando tenía 18 años, y que sienta un poco la pérdida de fuerza y elasticidad por el descanso, pero bastan unas dos semanas de clase, inteligencia y paciencia para recuperar pronto los tendús, los pliés, los arabesques que nunca se olvidaron y nunca se olvidarán, ni siquiera el rond de jambe en l’air que -oh, Dios- cómo duele cuando hay desentrenamiento.
En estos días, decidí mantenerme con yoga y descansar el cuerpo, la mente y el tobillo, que bien lo necesitan luego del leve esguince que fue y ya no es. Ni será.

De todos modos, ella, mi amiga y colega, también sabe que el ballet no se nos puede olvidar jamás.
Y si se me olvida, lo volvería a aprender, sin duda alguna.