"Si pudiera decirte lo que se siente, no valdría la pena bailarlo"
Isadora Duncan
Apenas escuché las primeras notas del sutil vibrar de la caja orquestal, se me erizó la piel. Como era la costumbre cuando sonaba esa melodía.
- como si sabía lo que vendría -
Qué te recuerda esta música, preguntó. Mi mente voló de inmediato al momento cuando sentí una increíble excitación al ver danzar en la Opera Garnier unos 30 hombres alrededor de José Martínez, todos en compases y movimientos absolutamente sensuales, gracias a Béjart.
Báilalo. Y traté de imitar aquellos movimientos, pero al momento cuando entra el clarinete por segunda vez, entendí que en esa imitación, no era yo misma.
Lo que fuese que generaba en mi, a él le interesaba, decía que se notaba y a medida que escuchaba de nuevo el fagot y el oboe d’amore yo sentía cada vez más la hendidura de las tantas capas que se generan en la vida para ocupar silencios, tolerar vacíos, apartar dudas y seguir viviendo.
Sus cuestionamientos iban acordes con el in crescendo de la música, al igual que yo penetraba en mi misma. Él me preguntaba los por qués y los para qués… ¿o era yo quien los hacía?
Entre oboes, cornos y trombones, descubrí cuan desnuda estaba y no podía hacer más nada que bailar.
Bailé en mis tobillos, en mis caderas, en mi espalda, en mi cabello.
Bailé y le demostré su cobardía.
Bailé y le aseguré que nadie podría bailarle así.
Bailé en mi rabia, en mi placer, en mi orgullo.
Bailé en mi.
Su ojo envidriado seguía escudriñando sin vacilación y cuando todos los instrumentos se impusieron, sentí mi cansancio.
Pero continué creyendo que ya no había más capas; entonces surgía otra nueva.
Lo miré directamente a los ojos y decidí atar en mi cabello y en mi piel, la propiedad de mi, mi valor, mi temple.
Movimiento, luz, danza, incitación…
Después del apoteósico finale, el silencio.
Alcancé a escucharlo decir “la fotografía es un exorcismo”.
En ese momento, agotada, entendí cuán fácil es desnudar el cuerpo.
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