15 septiembre, 2010

ese día de mi Buenos Aires querido

Uno de esos días, bajé y salí del lugar donde me hospedaba.
Mi relación con Buenos Aires desde que había llegado hacía dos dias atrás había sido muy turística, demasiado para mi gusto, no porque había usado el famoso autobús de dos pisos que pasea por los principales lugares de la ciudad –elemento de transporte que me causa una desagradable impresión-, ni porque me había parado en cada esquina a tomar fotografías –pues mi cámara se dañó justo dos semanas antes del viaje-, sino más bien porque me había limitado –sin darme cuenta hasta entonces- a dirigirme hacia los lugares típicamente “importantes”. Creo que me había creado expectativas ajenas y sin percatarme había generado una cuota de arrogancia a la espera de lo que la ciudad podía ofrecerme, y no lo recibía.
Un día soleado, con unos 14 grados de temperatura y el espíritu preparado como si estuviera en una de las patas lista para danzar en el escenario, salí sencillamente a caminar.
Soy creyente de que si deseas conocer un lugar debes empezar por conocer a la gente, así que con esto en mente –y por la cercanía- inicié el recorrido en la calle Florida, un bulevar con apariencia a Sabana Grande.
Mucha gente, muchos comercios, totalmente contrario a lo que añoro, pero me dejé llevar… y allí unos minutos y otros metros después, escuché a lo lejos lo que me llevó a conocer Baires: Tango.
Un bandoneón, un cello, un teclado, una guitarra y cuatro músicos hacían sonar a Piazzolla como si a través de sus entrañas un mensaje del más allá les llegara diciéndoles incesantemente que debían tocar allí, ASÍ.
No lo había sentido la noche anterior al entrar (y bailar, claro) en la primera milonga que había estado en esa ciudad, pero allí, frente al grupo y aquel pibe que tocaba el bandoneón asemejando la rendición de Piazzolla con ese instrumento, lo entendí.
Entendí que Buenos Aires es entrega del alma y del cuerpo entre sus calles, sus teatros, sus librerías; es nostalgia de amores, de sangre, de humo, nostalgia que se respira en los balcones, en las puertas, en el Río de la Plata, en el mate. Buenos Aires es orgullo de tango, de letras, de poesía, de vino, de fútbol; y es pasión que se refleja en lo que hacen, son y transmite su gente.
Siempre quise entender por qué la fama de engreídos –cuando los argentinos que había conocido hasta entonces son todo menos eso- y allá lo comprendí. Vivir cotidianamente con tantas intensidades –asumo- te hace esperar más de la vida, te permite disfrutar cada minuto con un té y una conversación sincera, en la que los cinco sentidos están dispuestos sólo para recibir el calor humano de la compañía, del momento que se vive y se valora, porque es allí en esa ciudad, en esa calle, en ese café donde se sienten de un solo golpe la entrega, la nostalgia, el orgullo y la pasión.
Allí, frente a esos músicos de la calle Florida, mi espíritu se hizo pedacitos y lloré rendida a los pies de Buenos Aires, al calor del tango. A partir de ese momento, observé, degusté, escuché, olí y toqué la Baires de Gardel, la Baires de Cortázar y la Baires que hice mía.

paz.-

05 septiembre, 2010

Carta silente (II)

Pasé de nuevo porque se que lo necesitabas y aquí te ofrezco mi caricia en pro de evitarte más nostalgias, aunque se que no ayudo y hago exactamente lo contrario. No quiero hacerte sentir mal, pues lo he notado últimamente.
Antes no era así.
Recuerdo las montañas, la Torre, el mar, los aires que anduvimos y tú disfrutabas tanto de mi compañía. Incluso mientras buscabas compartir con y en otro ser, algo te decía que preferías sentirlo conmigo. Y así nos enajenamos en ambos nuestros mundos que se convirtieron en uno.
Lo disfrutabas, pero a pesar que quieras engañarme, ya no.
Cada día noto que me buscas con ansiedad pero parece más costumbre que deseo de conocer nuevos espacios y renovar ideas. Me percato del desgaste que ahora ocasiono en ti. Justo cuando trato de apartarme, empiezas a notar el cambio, te agrada, te dejas ir, hasta que lo controlas de nuevo y me succionas como si yo no debiera ir a sanar otro corazón que intenta latir de un modo nuevo. No te acostumbres a mi porque hago daño y no es lo que aspiro. Existo en ti para vivirnos y aprendernos mutuamente. Tú lo sabes, ya no me necesitas, déjame ir, estarás bien por tu cuenta y también lo disfrutarás. No te preocupes, seguramente nos volveremos a ver y notarás cuánto más gratificante y pleno es retornar, no por costumbre sino por deseo sincero.

Siempre en ti y tuya, Soledad.