Cerca de 45 minutos tardó el telón en abrir, “por causas ajenas a nuestra voluntad”. El público aplaudía ansioso y expectante, nosotros aplaudíamos con ellos: queríamos bailar.
Más que querer, era una deseo. Un deseo que viene desde lo más profundo del alma. Un anhelo que emocionaba desde que empezó esta temporada en febrero.
45 minutos más, fueron interminables.
Nos conectamos en un gran abrazo, reímos, bromeamos, y con toda la vorágine de energía que había en ese momento, le dedicamos la función a él, a Vicente.Cuando por fin abrió el telón, todos lo sentimos y creo que realmente lo proyectamos de inmediato, porque antes que sonara la primera nota de Benjamin Britten ya se sintieron aplausos.
Definir la emoción con palabras es complicado, pero recuerdo –y seguro esto lo mantendré por siempre en mi mente- que mientras me movía me sentía plena, con la seguridad de que “bailar Nebrada” es una meta esperada, lograda y que en ese momento concientemente vivía y disfrutaba.
Doble Corchea, en su sencillo blanco y negro despliega un torbellino de color con sólo música y movimiento, y es absolutamente necesaria la conexión del grupo completo para lograr la idea que Vicente tuvo en su mente, y alcanzar el efecto que genera. Desde que abrió el telón, debimos proyectar la misma emoción y entusiasmo, como varios pensamientos conectados en la misma frecuencia.
En La Luna y los hijos que tenía, la música de los tambores nos unen desde antes, incluso detrás de las patas -fuera del escenario- bailando y cantándole a nuestros compañeros que en ese momento están sobre la escena. “Arriba”, “vamos negro”, “échele agua”, son de las frases que usamos atrás donde el público no nos ve. Al final nos juntamos para finalizar, con el éxtasis de los tambores, el ballet que creó un genio que supo brillantemente sacarle el jugo a nuestro joropo y tambores, a través del ballet.
Recuerdo que justo antes de Una danza para ti, me sentía muy nerviosa al ser yo la primera en salir y dar la pauta para que el pianista inicie la música. Abrió de nuevo el telón, se encendieron las luces y cuando salí a interpretar mi solo sentí una carga de energía increíble que estaba latente sobre el escenario, esperando a ser recibida y utilizada. Salí y al volver a entrar a la tabla, la volví a sentir de inmediato.
Quizá la magia sea así, quizá así hubiera querido Vicente que nos conectáramos, con esa energía que probablemente él mismo haya dejado sobre el escenario para nosotros.
Bailé Nebrada, y fui feliz. Los genios existen, uno de ellos es este brillante coreógrafo venezolano. ¡Viva Vicente, siempre!
En La Luna y los hijos que tenía, la música de los tambores nos unen desde antes, incluso detrás de las patas -fuera del escenario- bailando y cantándole a nuestros compañeros que en ese momento están sobre la escena. “Arriba”, “vamos negro”, “échele agua”, son de las frases que usamos atrás donde el público no nos ve. Al final nos juntamos para finalizar, con el éxtasis de los tambores, el ballet que creó un genio que supo brillantemente sacarle el jugo a nuestro joropo y tambores, a través del ballet.
Recuerdo que justo antes de Una danza para ti, me sentía muy nerviosa al ser yo la primera en salir y dar la pauta para que el pianista inicie la música. Abrió de nuevo el telón, se encendieron las luces y cuando salí a interpretar mi solo sentí una carga de energía increíble que estaba latente sobre el escenario, esperando a ser recibida y utilizada. Salí y al volver a entrar a la tabla, la volví a sentir de inmediato.
Quizá la magia sea así, quizá así hubiera querido Vicente que nos conectáramos, con esa energía que probablemente él mismo haya dejado sobre el escenario para nosotros.
Bailé Nebrada, y fui feliz. Los genios existen, uno de ellos es este brillante coreógrafo venezolano. ¡Viva Vicente, siempre!