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Foto: [berna] |
Todo eso y además
a contar hasta diez
a averiguarlo todo
a no decir me asombro
uno llega
a La Habana
se planta en su febrero
y a quién le importan viejos
compases
simetrías
aquí en La Habana invierno
sol de un invierno sol
hay que recalcularnos
hay que desintuirnos
hay que saltar encima
del prejuicio
y la pompa
y empezar a contar
desde amor
desde cero.
-Mario Benedetti-
Me acompañó la mejor habanera del mundo con quien explorar aquella ciudad. Después de haber escuchado por más de cinco años, sus historias y experiencias en cada rincón posible, sólo quería ponerle rostro, color, aroma, y traducirlo en mis sentidos a ver de qué se trata realmente Cuba. Y no como me la cuentan, especialmente con lo que uno escucha más recientemente en Venezuela.
La Habana es una ciudad que hay que visitar sin prejuicios y abrir los sentidos al cien. Hay tanto para ver en sus calles, en sus antiguas edificaciones, una especie de ciudad europea congelada en el tiempo y maltratada por los años de pausa, y el salitre.
Tiene música en cualquier cuadra, melodías tocadas y danzadas desde las vísceras sin importar si será escuchada (dudo que no ocurra) por locales o extranjeros, porque a fin de cuentas lo que importa es transformar toda la energía del mar, del sol y del tesón en armonías que forman parte de un riquísimo repertorio musical.
Foto: [berna] |
La Habana sabe celebrar la vida, porque sabe qué tiene pero no sabe cuánto le durará. Su gente vive en el canto y en la alegría, pero también en la dura realidad de los alimentos que escasean, del ínfimo salario que hay que estirar, de las máscaras hacia los turistas para continuar un negocio que seguirá manteniendo la posibilidad de conocer lo que hay más allá del malecón. Ese mágico malecón.
De La Habana disfruté su gente y su particular acento, la actitud de sus mujeres, sus calles, sus castillos, su café y su ron, las peñas en las plazas, la música contagiosa e incesante, su fe, sincera fe en aquella Revolución.
Pero también sentí que hay una Habana que quiere y merece mostrarse tranquila, sin fachadas turísticas ni dobles precios; una Habana culta, grande, rica en expresiones artísticas y tradicionales que la hacen joya del mundo. Quizá se pueda vivir distinto, pero distinto también implica bien, sinceramente bien. A ellos les falta este adverbio.
Cada vez que pasaba por el malecón y veía la cantidad de personas que diariamente allí se sientan me preguntaba qué piensan, qué hablan, qué les dice el mar. Un par de veces fui a descubrir qué cosas dice, y fue tanto lo que me dijo que me colmó, y con dos lágrimas en los ojos me despedí de Cuba.
Vas a estar bien, hasta la próxima.
Foto: [berna] |