Modificar.
Renovar.
Reiniciar.
Cambiar.
Volver a empezar.
No es la primera vez. Una vez, fue a otro estado, luego fue a otro país, luego de nuevo a otra ciudad, y dentro de esta última a tres sitios diferentes. Este será el cuarto. No se a donde voy aun, pero se que el lugar me espera y eso espero.
Los cambios siempre traen consigo una cuota de temor ante lo que no se conoce, ante lo que vendrá -que siempre es un esbozo-. También se pueden presentar con entusiasmo y optimismo.
En mi experiencia, han sido cambios contrastantes, pero no fueron difíciles de aceptar. Creo que soy alguien que se adapta al cambio con bastante (¿suficiente?) facilidad.
Sin embargo, en una parte queda la nostalgia.
Cambias de habitación, un espacio primero vacío e impersonal, que con la rutina se va haciendo propio. El color de las paredes, los libros comprados y leídos, los zarcillos que guindan en el espejo, las fotos tomadas, las velas que se derritieron y mancharon la mesita, las cenizas de los inciensos, las botellas de vino vacías, los recibos del cajero, las cremas a la mitad, las ollas quemadas por descuido, las zanahorias que se pudrieron esperando por ser comidas, las flores secas de las funciones, los periódicos amontonados…
No son sólo cosas, son vivencias acumuladas en pequeños detalles que las materializan. Ahí queda un poco de esa nostalgia, en los objetos que reunen recuerdos suficientes para transformar un espacio impersonal en
mío.
Ahora me toca decidir cuales de esas cosas que moldearon parte de mi vida en el último año y medio se mudan conmigo y cuales se van a la basura, con el único fin de dejar lo pasado, y comenzar de nuevo a acumular nuevas cosas, nuevas experiencias.
Con algunas mudanzas encima, me doy cuenta que aunque lo ideal sería lograr un lugar permanente, mientras no exista, quizá sea sano cambiar de ambiente y renovar el espacio y así el espíritu. Al menos y hasta ahora, no he sentido ningún lugar mío.
Quizá por eso acepto los cambios.
paz.