Recientemente, pasé por tal proceso arriesgándome a tomar riendas y avión para demostrar lo que tengo como artista, en otra latitud un tanto más fría. El resultado, obvio, hizo que todo aquel “yopuedismo” se vaya al mismo carrizo, pero afortunadamente, tantos meses de yoga me ayudaron a desviarme del camino depresivo de la decepción.
No, no lo logré -esta vez-, pero no fue el fin del mundo ni de mi carrera, y esto lo entendí inmediatamente que salí y respiré aquel aire y sentí el leve calor de sol montevideanos. Entonces empezó esa magia que uno siempre busca y nunca encuentra, porque simplemente ansiamos lo que queremos y no lo que se supone que debemos -de verdad- querer y vivir.
Hacía un año exactamente caminaba la Ciudad Vieja, conocía la Rambla y bailaba en el Solís, y allí me regalaba una vez más Montevideo, su encanto particular, sutil, relajado, paciente, sensible. Me obsequió tangos, tannat, el Mercado, amistad, camaradería, nuevos rostros y voces, el río de la plata… pero sobre todo me regaló Eduardo Galeano.
Entré a Café Brasilero, a sabiendas que él frecuentaba el lugar. Me aseguré con Luciana -quien brinda una atención de maravilla- y me dijo con un resplandor “claro, el se sienta allí” y la mesita aquella brilló repentinamente y me pareció haberlo visto, pero no me sonrió, estaba concentrado en su café, que vale decir es sabroso –destacando que comparo todos los cafés y chocolates de donde voy con los de Venezuela, por obvias razones.
Luciana me incentivó a escribirle una nota a Galeano, que ella se la daría personalmente pues siempre recibe los recados. Animada y con los nervios en las muñecas empecé a escribirle que lo buscaba desde el año anterior, que bailé en el Solís y deseé hubiera ido, que volví a Montevideo, intenté de nuevo y no lo encontré. Asumí que mis esfuerzos fueron insuficientes y le dejé dicho que seguiría intentándolo. Me despido con “una bailarina desde Venezuela” y (sólo por si acaso) mi e-mail.
Me fui del café y de la ciudad, entre alegría y nostalgia, logro y decepción, pero llena de vida y convencida de haber hecho lo que debía.
Cuatro días más tarde y al final de uno de esas jornadas que deseas no se repitan nunca, reviso mi correo electrónico y en mi bandeja de entrada: un mensaje de él.
De Eduardo Galeano.
Y a la vez que se erizaba la piel, se aceleraba el corazón y se alborotaban los ojos de lágrimas, leía y releía aquellas letras que por él fueron escritas para mi. Líneas que me hicieron feliz y me recordaron cuán especial puedo ser (a pesar de cualquier resultado) y cuán fascinante es dejar que llegue lo que (uno cree que) no se está buscando. O lo que “nos toca”, como quien dice.
Estas fueron sus palabras:
Yo aun no he hallado el modo de responderle.berna querida,vivo una vida de pulga de circo, siempre a los saltos, y en mi reciente aterrizaje he tenido la suerte de recibir el lindo mensaje que me dejaste en el café.te pido que me envíes tus datos para mandarte un libro, que será una manera de encontrarnos, casi casi cuerpo a cuerpo, como quien dice.vuela mi abrazo,eduardo