21 julio, 2013
Carta a ti que acabas de nacer
Letizia Valentina:
Cuando supe que tu mamá sería mamá, entré en un estado pseudo-catatónico que en ese momento no entendía. No sabía qué sentir y solo me alegré porque venías al mundo, pero algo en mi sucedió que no comprendía del todo.
Unos días después me percaté de esa foto que tengo en mi cuarto, la misma que veo todos los días, la de tu mamá y yo comiendo cepillado en Los Aleros, ella de 4 años, yo de 6. En ese momento sentí como si la vida que había vivido hasta ese día se me vino encima como una ola gigante.
No era la primera vez. No eres la primera sobrina, ni tu mamá la primera madre cercana a mi. Pero cuando vi esa foto recordé todas las veces que jugamos a la casita colocando sábanas en la litera, esa casita explorada solo por nosotras, nadie más podía entrar. Hice memoria de los juegos a la maestra y a las barbies en los que yo siempre me quedaba jugando sola porque a tu mamá le daban ganas de “ir al baño”. A eso le seguía un reclamo directo a tu abuela que nunca hizo caso al respecto. También rememoré el fusila’o, la cancha de básquet y la rueda en el parque de la Base, la Goleta, los patines, las bicicletas, reunir plata para comprar Tostitos, los helados del Sr. Vicente, los juguetes regados en el cuarto que tu abuela nos botó a la basura –y que luego aparecieron porque “los señores del aseo no se lo quisieron llevar”-. Recordé nuestros pasatiempos en el carro en los viajes familiares, el raspa'ito, el gancho que le lance en la cabeza, los cojines que me llevaron directo a la punta de la mesa aquella y que hicieron una cicatriz en mi rostro –ya la verás pronto-, los días que tu abuelo llegaba a llenarnos de felicidad y amor y él se dedicaba a bañarnos y secarnos el cabello. Y nos bañaba a ambas, en el mismo lugar donde te bañan hoy a ti.
Cuando recordé todo esto y tanto más, comprendía que tu existir era aun más especial porque no se trataba de una gran amiga, sino que tu madre es mi hermana a quien conozco y con quien he vivido y crecido desde siempre. Y tú estabas allí dentro de ella esperando para venir al mundo.
Hace 4 años nació Sarah tu prima, sabes, y también tengo otros sobrinos putativos que me han enseñado algunas cosas como para no estar tan inexperta contigo. No nos veremos todo el tiempo que quisiera porque vivimos un poco lejos, pero la distancia no merma el amor inmenso que siento por ti. ¿Cuándo dejamos tu mamá y yo las muñecas para jugar contigo? Ya no recuerdo, y la verdad no nos dimos cuenta, pero tu presencia asevera la alegría de verme rodeada de mujeres maravillosas.
Gracias por venir al mundo a cambiar nuestras vidas.
Bienvenida.
Te ama, tu tía Catira.
Buscando tiempo
"De tiempo somos.
Somos sus pies y sus bocas
Los pies del tiempo caminan en nuestros pies"
Somos sus pies y sus bocas
Los pies del tiempo caminan en nuestros pies"
- E.Galeano
El tiempo: ¡menudo tema!
He tenido esta conversación tantas veces y yo afirmo que el tiempo está pasando cada vez más rápido. Insisto, no se trata del hecho de que una tiene más edad y más responsabilidades o haya más tráfico en la ciudad y más ítems pendientes en lista de “cosas que hacer hoy”. No.
Foto: Acción Poética |
La mejor conversación la tuve hace poco más de un mes con Yeyo, mi abuelo. Le planteé mi inocente y empíricamente fundada teoría, y me declaró sus elucubraciones con respecto al tiempo. En su sabiduría plena de 86 años me explicó cómo no entendía en lo absoluto por qué la gente insiste en creer que “pierde el tiempo” o que “no tiene tiempo”. El tiempo no le pertenece a nadie, el tiempo está a nuestra plena disposición, pasa sin ser aprehendido, se puede aprovechar, utilizar en beneficio propio pero nunca perderlo, porque nunca se tiene. No tener tiempo no tiene sentido. “Ahí esta el tiempo, hija, existe y hay quienes no se dan cuenta que está, por eso hay que aprovecharlo”.
Y yo que últimamente insistía en el tema, mi Yeyo me dio una lección de vida que nunca olvidaré.
Al tiempo no lo tengo, él está allí: lo organizo, lo disfruto, lo trabajo, lo bailo, lo leo, lo camino, lo respiro, lo amo, lo lloro, lo río. Pero no lo tengo. ¿Qué magnitud de arrogancia hemos llegado a tener los seres humanos para creernos dueños incluso del tiempo?
Yo siempre digo: si lo dice mi abuelo, es verdad. Y punto.
Nota al pie:
Recordando, hace tiempo escribí esto: Tiempo
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