Acompaña mis días, mis dedos, mis dudas.
Abraza mi historia.
Déjame.
Abraza mi historia.
Déjame.
Quiero que sepa compañero, que creo saber la razón por la cual ha venido.
Usted ha venido para alegrar mis días, para dejar de esperar sin motivo, para empezar a armar nuevos modelos y avanzar en mejores caminos.
Quizá no lo sepa, pero desde usted sonrío sola, con razón y no la digo, y pues me basta tenerlo cerca o al menos presente. Usted desconoce que he cambiado algunos hábitos, no porque me lo haya pedido, yo misma lo hice sin darme cuenta, y ahora que lo noto no me molesta.
Es raro eso, sabe, que no me molesta.
A estas alturas quizá tampoco sepa que mi mente al hacer planes lo incluye y al andar lo piensa. A veces al cantar le canto, al meditar se me atraviesa y al bailar, muchas veces compañero, a usted le bailo.
Poco escribo, sabe.
No, no sabe que ahora poco escribo, porque en la soledad se hacía más fácil encontrar y dibujar palabras en frases acompasadas cual cómplices de un alma en constante monólogo.
Me pasa -igualmente lo ignora- que aprendo cada día de usted, de su modo altivo de pensar y ser, de su sencillo afán en dar y compartir, de su abrazo, de su cielo, de su mundo.
Y es usted, compañero, quien me brinda el sosiego que buena falta hacía, el descanso de la mente que anhelaba, por el placer de saberlo próximo.
Ahora le escribo compañero, cuando no lo había hecho nunca. Tal vez sí sea soledad la única que me incita a juntar palabras, entonces sólo espero que con usted pueda acumular historias, coleccionar memorias, generar nuevos pasados.
Ve compañero, yo creo saber por qué ha venido, y como lo dijo el gran Mario, sí puede contar conmigo.
paz.-