Cuatro meses cuentan desde La Cantata Criolla: la última vez que usé mis puntas en el escenario. Para algunos quizá poco tiempo, para mí demasiado. A pesar de los numerosos altibajos emocionales con picos bruscos, he aprendido a ser paciente, a ver más allá, a razonar (¿más?) incluso con rabia, y a entender cómo funciona el cuerpo, especialmente mis tobillos.
Este fin de semana vuelvo a bailar, estrenando dos piezas: Guaraira Repano, coreografía de Mariela Delgado y Tarde en la Siesta del cubano Alberto Méndez. La primera genera en mí un gran deleite, un placer que origina la sensual música de Arturo Márquez en su Danzón No.2; y que finalmente bailo, después de tantas horas de ensayos y de tantos inconvenientes.
La segunda, es un reto lleno de sentimientos acertadamente encontrados, una autodemostración de autoconfianza, un estambre de cosas por decir y querer decir, un espacio de mediana liberación, un desahogo de ideas. ¿Todo eso lo puede hacer un ballet? En mí, sí. Por eso vivo de esto.
Ambientado a finales del siglo XIX, el ballet es un pas de quatre de cuatro hermanas cuyos nombres coinciden con sus propias personalidades. Esperanza, la menor, es la adolescente juguetona quien ilusionada espera el amor de su vida. Dulce, es la alegre mujer casada y satisfecha con lo que la vida le ha bien otorgado, incluyendo sus hermanas. A Soledad la asedia la angustia y el vacío generados por el abandono del hombre a quien realmente ama, ella se ahoga en el desespero de su propia soledad. Por último, Consuelo, la hermana mayor quien hace las veces de madre y guía, pero que tiene un pasado triste por su viudez y un alma asfixiada dentro del cuerpo de una mujer que quiere sentir y vivir a plenitud.
Estas son las cuatro hermanas de Tarde en la Siesta, cuatro caracteres, cuatro historias, cuatro modos de ser y sentir. Sólo cuatro, apasionadas plenamente.
Yo soy Soledad.
Pero ella, a quien le agradezco haberme invadido con descaro y sin permiso, merece un post aparte.
paz.-
2 comentarios:
algo me levantó de nuevo, a pararme de puntillas y danzar!
Ja!
El asunto de "involucrarse" con un personaje, "sentirse" en la piel de un personaje, aunque no lo dance, no lo cante y no lo interprete en las tablas o con instrumentos, no es asunto que me resulte desconocido. Quizás porque asumo un rol distinto, y me revuelco en él, me empatuco en él, en cada momento/situación de mi(s) trabajo(s) ;)
Por algunas cosas de la vida, me parece que de ver la obra, Consuelo sería la que me llegara más hondo.
Pero, sabiendo como son las cosas, quizás sea Dulce o Esperanza las que terminen impactándome sorpresivamente.
El todo porque, haciendo un análisis crudo y objetivo de mi vida ahora mismo, siento que Soledad no sería ni significativa ni representativa de mi vida.
por otro lado, qué relativo es el tiempo: para algunos corto, para otros largo. Siempre sabio para enseñarnos. Siempre justo para guiarnos.
Qué bueno que vuelves a danzar, pequeña hoja de abedul! :D Baila, vibra, siente el viento de la música y las emociones fluir por la sabia de tus delicadas nervaduras y llena de magia ese bosque de aparentes cotidianidades para nosotros, los transeúntes de la rutina aplastante!
Un abrazote y feliz camino!
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