Ayer finalmente bailé Cantata.
Debí escribir esto hace tiempo pero por diversas razones que incluso me cuestiono no lo hice antes. En fin, ayer lo bailé.
Desde mi regreso del viejo mundo estuve ensayando esta pieza que desde el primer momento me pareció fascinante.
La Cantata Criolla, ópera venezolana compuesta por Antonio Estévez y basada en el poema “Florentino y el Diablo” de Alberto Arvelo ha sido interpretada en muchas oportunidades en este país, pero esta es la primera en la que además de los coros, las voces solistas y la orquesta, se incluye la danza.
Tres estilos –ballet, contemporáneo y tradicional- conjugados en la escena del TTC para contar el cuento de cuando el Diablo retó a Florentino a contrapuntear hasta que los gallos canten.
El proceso ha sido una experiencia de descubrimiento, tanto en lo personal como en lo profesional. La coreografía busca el acoplamiento de la danza clásica con la de otros colegas que bailan otros estilos. Sin embargo, la idea era, en mi visión, la de llenar un escenario con diferente modos de movimiento como una forma de demostrar esa mezcla de razas, orígenes y modos de ser que tenemos los venezolanos.
“Florentino somos todos” nos decía Mariela para ayudarnos a entender lo que necesitamos sentir para nuestra interpretación. Pero más allá que una vía para transmitir un sentimiento escenográfico, Florentino nos puede enseñar cuan fuertes o débiles podemos ser ante las adversidades, ante los retos; estos representados en un Diablo que sin cachos, ni cola, ni fuego en la boca nos acaricia constantemente para caer en cada uno de esos obstáculos y quedarnos allí con él, en la angustia, la desdicha y la infelicidad.
Pero como Florentino hizo, es nuestra propia decisión y la confianza en sí mismo lo que nos hace ganar. Siempre.
Hoy vuelvo a ser una virgen, que por cierto baja de una soga. Momento genial.
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