A la rutina, a la vida conocida, al Ávila, al calor de trópico, a mis faldas, al Teatro, a mi café recién colado…volví.
Hace diecisiete días ya que dejé el frío europeo. Y creo (del verbo debo admitirlo pero no del todo) que lo necesitaba. Quizá por el orden o seguridad que otorga una casa, una ciudad, o una simple rutina diaria.
He allí la palabra que ronda últimamente: seguridad. Y con ella, incertidumbre.
Hay algo que me tiene en otra dimensión. No que ello sea difícil que suceda, pero en diecisiete días, algo pasó. Quizás volver y “sentir que es un soplo la vida”, como dice la canción de Gardel y Le Pera.
Vivir la incertidumbre de experimentar, de conocer lo nuevo, de temer, de atreverse y disfrutarlo, nutre el espíritu. La seguridad de un hogar, de un trabajo, de un modo de vida, de una pareja, apacigua el espíritu.
Ambas las necesitamos.
Ayer vi Vicky Cristina Barcelona de Woody Allen. Excelente película valga decir. Y otra vez las dos palabritas. Vicky, un alma llena de seguridad (¿o inseguridades maquilladas?). Cristina una mujer repleta de incertidumbres.
Me vi en un poco de ambas. Pero creo que más con la necesidad de la incertidumbre. ¿Será porque soy virgo? debe ser exceso de tierra del cosmos... necesito que se mueva, se alborote.
Sin embargo, hoy en el ensayo de la variación de saltos, entendí que mirar al piso significa incertidumbre, o mas bien inseguridad. No, en ese caso no la quiero. Miro a mi público, miro mi sangre que hierve con cada grand jetté, con total seguridad. En escenario y en salas de ensayos (ah sí, y en la vida) la necesito.
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