Desde que leí La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas, me enamoré de La Traviata. No soy bien conocedora de ópera, pero la disfruto muchísimo, y al menos puedo reconocer si esta bien, eso es, cuándo me llega y cuándo no -subjetividad al fin-.
Este fin de semana interpreto una zingarella (y sigo con el personaje) que baila alegremente en la fiesta de casa de Flora. Esta escena es la más alegre de toda la ópera: entramos las gitanas y los toreros a entretener el banquete. Pero en la historia, cuando llega Violeta y se encuentra a su forzosamente abandonado Alfredo, el clima cambia abruptamente en una melancolía por la humillación que Alfredo le causa a ella debido a la ruptura, desconociendo el sacrificio que Violeta ha hecho por amor.
No quiero explicar aquí la historia, para eso está internet.
Sin embargo, cuando la música cambia, y toda la alegría festiva se transforma en pesadumbre, viene a mi en pleno escenario, una nostalgia que aun despues de un año de conocer la ópera y bailar en ella, desconozco de dónde proviene.
Quizá sea porque Verdi es ciertamente pleno al pigmentar con notas musicales las emociones de la obra, o porque siento real la angustia que vive Violeta, o tal vez porque simplemente dejo que el momento me llene de nostalgia, pues el escuchar y sentir aquello en pleno escenario es único... y realmente sabroso! :)
Considero la obra de Dumas, un elogio al amor, más que Romeo y Julieta -como comunmente se dice- y para mi, esta ópera es un hermoso homenaje a dicha obra literaria. Ambos finales son diferentes, pero si bien lo supo decir Dumas con palabras, Verdi lo enalteció con la música.
¿Cómo no disfrutar tal sublimación de una historia de amor?
paz.-
1 comentario:
en cuanto tenga oportunidad, me pongo al´día con lo que te gusta, a ver q tal, interesante!!!!
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