El viernes salí tarde, me molesté conmigo misma el no haber llegado a la clase a tiempo. Por eso, clase el sábado y el domingo. Como si fuera castigo, je! Me dio por hablar con mis papás, luego, aprovechando Montmartre y el sol que empezaba a salir luego de 4 días sin haberlo visto, subí a la Basílica del Sagrado Corazón. Casi como interminables escalones te llevan hasta este templo grande, blanquísimo y mágico. No supe si era lo altura, lo (parecido a) inalcanzable, la hermosa vista de París o sencillamente las tres cosas juntas lo que hacen de esta Iglesia realmente hermosa; aparte de su arquitectura, vale decir, obvio. Como en éxtasis, soportando el frío del viento que mas tarde ocupó el lugar del sol, me quedé relajada contemplando desde lo alto de las escalinatas del Sacré Coeur, a la ciudad que tanto había querido conocer y que allí se ofrecía esparcida frente a mí. París, belle París.
Un rato caminé por Montmartre -zona que por cierto fue escenario de Amélie- buscando el Espace Dalí, otro ser de otro mundo, pero no lo encontré. Se hizo hora entonces de ir al Louvre, pues los viernes después de las 18h tiene horario nocturno y además es gratis para los menores de 26. Orgullosamente, aun entro en ese rango. Esperé a Carla, quien es por cierto buena compañía en los museos, vimos la tercera de las exposiciones de Picasso (bravo!) y las famosas, claro: la Monna Lissa, la Victoria, la Venus, Las Bodas de Cana… Da Vinci, Delacroix, Monet, Renoir, Goya, Delaroche… me quedo corta. Hubo una que me encantó de él: La Joven Mártir …ella de piel inmaculada flota, iluminada, pero no sabes si es su espíritu o su cuerpo, sólo que flota en el agua…o en el aire? Flota, como flota el arte en aquel recinto, como flota la vida de quien se conecta con la energía del Louvre. Beau Louvre.
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